Parque Rubén Darío

Vas pasos adelante de una fila de peatones, algunos van a trabajar, otros al súper o simplemente están de paso. Te sientes un guía.

Caminas con prisa, cuidas que no se te resbale un pie en el borde de banqueta que queda a un costado de los postes de iluminación. Distingues con cautela que los individuos torvos estacionados junto a la banqueta son los choferes de siempre. Sorteas a viajeros y manifestantes con maletas que, por alguna razón, son descargados ahí como si hubiera un paradero de autobuses. Los hacen descender en el hilo de acera entre el arroyo vehicular y el bosque. Un mal paso y uno se tuerce un tobillo, ¡es como ir por la cuerda floja!

Ves el letrero de no estacionarse: el cuadro de autobuses y choferes, piensas, retrata todo lo que está mal en el país. Pero ignoras esa conciencia cívica y te bajas al arroyo para caminar sin tropiezos, ni siquiera pasan coches. Adelante, en la glorieta, te vuelves a subir: no vayan a chocar junto a ti y esta ves si te alcance el golpe. Siempre hay accidentes ahí, ¿será la forma de media luna? ¿Por qué alguien haría sólo media glorieta?

Distingues pancartas de vecinos, tienes la impresión de que algo no comprenden pero te distrae otra emoción: te irrita que haya obras y ese tramo se vuelva intransitable. Traes lodo en los zapatos. No te detienes a limpiarlos porque, recuerdas, viene la fila de peatones tras de ti. Entre tanto que atender olvidas que cada día caminas junto a un bosque y en ellos hay tierra…

Sólo unos días más para que unas vacaciones te hagan olvidar lo incómodo que a veces se vuelve lo cotidiano.

Unos meses después, todo es peor de lo que estaba. Parecía que lo incómodo sería mejor que lo que hoy ofrece esta avenida, polvo, conos, redes y más tierra, mucha más. Quisieras cerrar los ojos y que tus pies te llevaran. Te refugias en tu casa e intentas sacas todo de tu cabeza…

Hoy el aire se siente fresco, húmedo. Te sorprende descubrir la cantidad de árboles, ¿por qué no los habías notado antes? Hay un pavimento nuevo, la sombra de las hojas desafía la regularidad de los pavimentos. Piensas que siempre ha sido atractivo el contraste entre la rigidez de los pisos y la liberalidad de lo vegetal. En dirección contraria, las sombras bañan a intervalos a una pareja joven que trae un bebé en carreola. Los acompaña un perrito. Te preguntas fugazmente ¿cómo habrá sido aquí antes de que hubiera pavimento, cualquier pavimento? ¿Antes de que hubiera ciudad? ¿Cuándo esto era sólo bosque? Lodoso, sin duda. Fatigoso de andar. Lleno de piedras. Qué pueril seguridad nos deja sentir esa sencilla conquista humana que es una banqueta generosa con pavimento.

Pasa junto a ti alguien que corre con sus audífonos, detrás de esa persona, un par de mujeres en uniforme pasan tomadas del brazo mientras platican animadamente. Piensas que quisieras tener su entereza matutina. Una de ellas, además, tiene la osadía de ir en tacones; en la antigua cuerda floja de banqueta, eso habría sido imposible. Así como traer el café que tienes en la mano al que das pequeños sorbos hirvientes. Escuchas a una de ellas decir: "... amiga, ¿te acuerdas de ese, el chofer, cómo se nos quedaba viendo? Qué miedo ¿no?". Ya no hay carrotes negros junto a esta banqueta. También sientes cierto alivio. Das otro trago a tu café.

Por un rato compartes tu andada con un papá y dos niñas que van en bicis sobre el arroyo, traen mochilas. Les pierdes la pista en la glorieta. Piensas: hay que estar loco o ser muy moderno para hacer algo así; sin embargo, te alegra que su cotidianidad pacífica, más bien modorra, revela que cada día toman ese camino sin contratiempos.

La comodidad, piensas, deja de percibirse después de un tiempo, pero hoy específicamente está ahí, materializada en forma de un andador peatonal lleno de vida citadina.

 

Arículos relacionados: ¿Cómo financiar proyectos públicos con recursos privados?

 

*Diseño en proceso. Proyecto sujeto a modificaciones